IlLÍDA
IX María Amelia Diaz
El
viento del mar que ha venido murmurando desde occidente despeina los cabellos
de Aquiles, el de los pies ligeros, que tañe la cítara mientras el sol se
desangra antes de ocultarse sobre la línea del horizonte. A sus espaldas, las
tiendas de la armada aquea se abren en abanico frente a los muros de Troya.
Hace
tiempo que ha abandonado su hogar en Ptia y acaso piense en las muchas cosas
que allí ha dejado cuando en mal momento se sumara al ejército de los aqueos
para castigar la deshonra de Menelao. Pero Aquiles, el de los pies ligeros,
mira como el sol se desangra sobre el horizonte igual que los hombres en la
batalla, y trata de apaciguar la cólera que le sube desde el pecho ofendido.
¿No ha conquistado once ciudades por mar y once por tierra en la fértil Troya?
¿Fue en vano pasar largas noches y días enteros entregados a la cruenta guerra?
¿Y todo para qué, si tienen la misma recompensa quien pelea con bizarría y el
cobarde? ¿Acaso son los atridas que vienen en búsqueda de Helena, los únicos
hombres que aman a sus esposas?
El
Atreida Agamenón lo ha insultado quitándole la recompensa que él mismo le
diera, la dulce Briseida, que su brazo de guerrero a ganado a punta de lanza.
Ahora sus noches, lo sabe, serán frías y oscuras, y es oscuro para Aquiles el
destino que le trazan las Moiras. Porque oscuro es el destino de los hombres,
imagina y se encoleriza Aquiles, el de los pies ligeros, mientras decide
renunciar a la batalla y botar al mar sus naves para emprender el regreso.
Pero
las Moiras hilanderas se ríen de Aquiles, ellas saben que aún no ha
completado su destino de infortunios y entonces deciden la muerte de Patroclo
sobre el suelo de la fértil Troya, para que un día un poeta que se llamará Homero
pueda escribir su historia, para que un
día otro mortal lea a Homero y escriba
otra vez la historia de Aquiles, para que otro mortal lea esa historia de
Aquiles…
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